Tengo más de 40 años, durante gran parte de las últimas dos décadas, me dediqué a dejar de escribir muchas más veces que las que traté de llevar a letras una idea, un fragmento que intuí como el comienzo de algo, puede ser poema, relato o una simple forma de algo que quiere expresarse, lo traté de callar, no ser una presa de eso que luego, tras un rato, podía tenerme diciendo (escribiendo) cosas, que luego me hacían sentir ultrajado y vacío.
No fue por ello que intenté callar, el acto de no escribir tampoco revestía una precaria rebeldía para imitar una lejana juventud, creo más bien que se trató de mi vagancia como escritor, de ponerme en el ejercicio de las letras, como yo mismo, prejuiciosamente pensé que debía ser.
Me ha abrumado también la persecución de un ideal de literatura, idea propia sobre la estética y el estilo que siempre me sentí lejos de alcanzar. Esto sumado también a que me he pasado estos años destruyendo (quemando, borrando y tirando a la basura) gran parte de lo que sí pudo llegar a escribirse —lo digo casi ajeno a mí—, me han hecho llegar a los 40 años con poco más que una veintena de poemas, algunos relatos, una semi novela estancada y la publicación de un libro de la cual me arrepiento, de tal manera, que incluso consideré si nombrarla aquí sería prudente.
He llegado a esta edad en la que no tengo con qué respaldar mi destino de escritor, se podría suponer que las obras publicadas pueden ser un buen respaldo, «fulanito escribió tal o cual libro», pero en mi caso lo que avala tal estatus es nada más que un puñado de letras que están atoradas, una gran cantidad de cenizas y diversos cestos de basura que, desperdigados en minúsculos restos de basura ya no tienen el derecho a existir sobre la tierra.
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